EL MUSICAL MÁS TRISTE DE LA HISTORIA DEL CINE: HABLEMOS DE DANCER IN THE DARK

Por: Michelle López Ramírez

El mundo es un lugar cruel. La justicia nunca ha existido. Somos esclavos del sistema. Cada uno de estos pensamientos vino a mi cabeza mientras veía Dancer in the dark, una película del director danés Lars Von Trier que relata la triste historia de Selma y su hijo, inmigrantes checos que se mudan a Estados Unidos en busca de mejores oportunidades de vida.

Todo comienza en una fábrica, un lugar en donde soñar despierto se convierte en el pan de cada día, pues no hay mejor manera de sobrellevar el fracaso y la frustración que imaginar que nada de lo que está sucediendo es real. Así es como Selma, una joven madre soltera, vive sus días como si de un musical de Broadway se tratará, canta y baila para olvidar que solo es un engranaje más en el sistema.

A pesar de no tener una casa propia, Selma y su hijo Gene encuentran un hogar en una pequeña y precaria casa rodante en el patio trasero de Linda y Bill Houston, una pareja que ostenta tener un estilo de vida de clase media alta, pero que en el fondo sufren de problemas económicos debido a las deudas con la hipoteca y con sus tarjetas de crédito. De vez en cuando, ellos se muestran amables y acceden a ayudar a Selma a cuidar de su hijo, quien en repetidas ocasiones parece preferirlos a ellos en vez de a su madre.

Con jornadas superiores a las ocho horas diarias, Selma pasa la mayor parte del tiempo trabajando en la fábrica, sus tareas son siempre las mismas y nunca parece suceder nada especial, sin embargo, para ella es un martirio tener que mantener su mente en el trabajo, ya que no puede dejar de pensar en su inminente muerte. Ella al igual que su hijo padecen una enfermedad auto degenerativa en los ojos, que de no tratarse a tiempo termina con la ceguera, es por esta razón que soporta su terrible empleo.

Después de casi perder los dedos de sus manos por un accidente en el trabajo, Kathy, compañera y amiga más cercana de Selma, la convence de renunciar para
poder comenzar un tratamiento que la ayude a recuperar un poco de su visión, ya
que su ceguera va en aumento cada día. No obstante, ella tenía otros planes, pues en ese momento había ahorrado lo suficiente para poder operar a Gene con un oftalmólogo muy conocido en la ciudad.

Inocentemente, ella guardaba cada centavo en una vieja caja de galletas en el interior de una alacena en la cocina, cada vez que sentía que ya no podía continuar acudía a esa caja para recordar los motivos por los que darse por vencida no eran opción. Para su desgracia, en una de esas ocasiones no se encontraba sola, su casero, Bill Houston había entrado sin previo aviso a la casa rodante para avisarle que la renta iba a subir, sin embargo, al notar todo el dinero que Selma tenía, prefirió no hacer ningún ruido y aguardar a que ella se fuera a dormir para robarle todo.

La mañana en la que la vida de Gene iba a cambiar por completo, Selma se dio cuenta de que todo su dinero había desaparecido, así que decidió ir con la familia Houston a averiguar si sabían algo sobre aquel incidente, pero al llegar con ellos notó que Linda estaba desbordante de alegría, pues su esposo había heredado una gran suma de dinero. Esa coincidencia llevó a Selma a pensar lo peor, sin preguntárselo dos veces, corrió escaleras arriba y vio a Bill sosteniendo el dinero que a ella tanto le había costado conseguir.

El sinvergüenza no negó haber robado sus ahorros, su justificación era que si no podía cumplirle a Linda cada uno de sus caprichos, ella lo dejaría por otro. Selma intentó comprenderlo, pero ese dinero era de su hijo, no había motivo suficiente para arruinar su futuro. Incapaz de afrontar sus problemas, Bill le pidió que lo matará con su arma de oficial, él era un cobarde bueno para nada, que ni siquiera tenía las agallas para suicidarse.

Un disparo resonó en toda la habitación, Selma lo había hecho. Ella prefirió matar a Bill que condenar a su hijo a un mundo de oscuridad y perdición. Linda, enloquecida y confundida por lo que estaba pasando, fue a la policía a denunciar a la asesina de su esposo, quien no perdió ni un minuto en acudir con el doctor para pagarle por adelantado la cirugía de Gene.

Como era de esperarse, Selma fue llevada a prisión y condenada a pena de muerte, a pesar de que Bill la había obligado a dispararle, ella se negó a delatar a su “amigo”, no quería manchar su memoria. En su celda, se consolaba a sí misma cantando y bailando, creó un mundo de fantasía en donde ella no era una víctima, sino una estrella.

El día del juicio es desgarrador, siguiendo las normativas de la prisión de la ciudad, le colocaron una tela negra sobre todo su rostro, algo inútil si recordamos que en este punto Selma era ciega. Una valiente oficial de policía decide por su cuenta arrancarle esta tela de la cara, ¡ella es ciega!, grita mientras los inflexibles jueces marcan a sus superiores para pedir permiso de realizar ese procedimiento. 

Mientras tanto, Kathy se coloca a la misma altura de su amiga y le entrega los lentes de su hijo, quien no perderá la visión. Selma sabe que su momento ha llegado, canta unos cuantos versos llenos de regocijo y alegría... sin previo aviso, la cuerda cae, ella muere. El silencio después de su último aliento son prueba de que los finales felices solo existen en Broadway.

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